TEJE EL CABELLO, UNA HISTORIA

EL PEINADO EN EL ROMANTICISMO (TERCERA PARTE Y FINAL)

El trabajo y el ocio
Los hombres y las mujeres de la época romántica ocupaban parte de la jornada en el trabajo y los quehaceres diarios, pero aún les quedaba mucho tiempo del que disponer para el descanso, el asueto y el recreo en sus múltiples modalidades.

El paseo.
El paseo era la principal diversión, aquélla a la que se recurría diariamente. Se paseaba siempre que lo permitía el buen tiempo, en invierno, durante las horas de sol antes del almuerzo, desde la una hasta las tres de la tarde, y en verano, al atardecer, e incluso los días muy calurosos, después de comer, a las nueve o diez de la noche. El paseo era un entretenimiento divertido y, sobre todo, barato. Todo el mundo paseaba, hasta la familia real, era una actividad social, ver y ser visto, saludas y eras saludado.

El espacio físico del paseo era público, y a la vez tan propio, tan particular, y tan de casa que en el lenguaje coloquial se le llamaba salón: salón del Prado, en Madrid, o salón de Santa Engracia, en Zaragoza. Los paseos con sus árboles de hoja caduca, permitían disfrutar del tibio sol invernal y de la agradable sombra del estío, se les conocía también como alamedas.

En verano, el paseo era recorrido por lo aguadores que por una módica cantidad y al grito de ¡agua fresquita! ofrecían sus servicios a los jóvenes y señores galantes con las damas y las damiselas. Por la alameda paseaban sacerdotes, militares de uniformes multicolores, caballeros esbozados en sus capas, jóvenes guardias de corps.
Los ¨pollos¨ acudían al paseo a lucir el frac o la levita de moda, el pantalón de punto blanco ajustado, las botas a al bombé, el cabello recortado a la inglesa o el chaleco recién comprado.

Paseaban también las madres e hijas luciendo la última capota o sombrero, la sombrilla, el encaje, el terciopelo o un aderezo nuevo. La joven conversaba con su madre, o con su acompañante femenina, y empleaba el lenguaje del abanico y de la mirada para comunicase con el lechuguino que la galanteaba.

Las normas.
El paseo tenía sus normas, No era el mismo un paseo de hombres solos que un paseo mixto o con niños. En un paseo mixto debía cambiarse con cierta frecuencia de acompañante para no dar de que hablar, si se acercaba una vendedora de flores, había que ofrecérselas a la señora que se acompañaba. En un paseo con niños convenía comprarles los barquillos o confites que ofrecían los vendedores.

El visiteo.
Las visitas eran otra de las actividades que ocupaba gran parte del tiempo del ocio. Se trataba de cumplir con una obligación, todos se visitaban y se devolvían las visitas. Algunas visitas estaban prescritas, como, por ejemplo, las de comienzo de año o las visitas generales, que eran aquellas que se hacían cuando uno se establecía en la ciudad.

En las visitas de ¨ceremonia¨ convenía tener en cuenta el tiempo trascurrido desde que habían devuelto la última visita, pues por ese medio podían estar avisando de la conveniencia de espaciarlas.

Había visitas a los superiores, a los jefes, a los protectores, a los amigos y a los parientes. Cada una de ellas tenía sus reglas. Las visitas de ceremonia debían realizarse en horario conveniente, no antes del mediodía ni después de las cinco de la tarde. Si se trataba de visitas de noche, debían de haberse después de las siete y antes de las nueve de la noche.

El horario de la visita estaba marcado por el almuerzo, por la comida, y por la hora de la tertulia.
Al llegar, de visita a una casa, un caballero no debía de desprenderse del sombrero ni del bastón si no eran invitados a ello; las señoras no debían quitarse el sombrero ni el chal para no tener que usar luego el espejo ni pasar a las habitaciones privadas a retocarse.

No era correcto llevar niños, a no ser que fuesen acompañados de la niñera y esperasen en el recibidor. Todo estaba previsto, qué hacer cuando llegaba otra visita y cómo actuar en una visita colectiva, incluso en las visitas de pésame o duelo estaban calculadas; no debía preguntarse por la salud, ni hablarse de las cuestiones alegres, sino guardar respetuoso silencio.

Siempre que se salía de visita convenía llevar tarjetas. Las había de diversos colores y tamaños. Las tarjetas de las señoras y las señoritas podían fabricarse de papel de porcelana, o de concha, en color rosa, azul o amarillo, y estar orladas con guirnaldas, grecas o viñetas. Las tarjetas de los caballeros, debían de ser blancas, adornadas, en todo caso, con el blasón familiar.
Si al llegar de visita a una casa, el criado anunciaba que el señor o la señora habían salido se entregaba la tarjeta cuidando de poner al pie de la misma “e.p”, esto es, en persona, con lo que se había cumplido y pagado la visita pendiente. Si en la tarjeta se escribía “p.d.” se indicaba que el objeto de la visita era despedirse por salir de viaje o de veraneo.

El gran baile
El gran baile era una fiesta que sólo se celebraba en ambientes muy selectos y en contados días. Se asistía con previa invitación por escrito.

Estos bailes jamás comenzaban antes de las nueve de la noche. El exterior de la vivienda donde se celebraba el gran baila debía estar bien iluminado, y sobre todo, engalanado.

El patio debía decorarse con plantas y los espejos de las escaleras tenían que estar iluminados con el fin de que las señoras pudiesen observar si en el vestido o en el adorno había algún descuido.

Los caballeros debían acudir de rigurosa etiqueta: frac negro, zapatos de charol, camisa, corbata y chalecos blancos, guantes del mismo color, sombrero de copa, bastón y como prenda de abrigo, una capa larga. Las señoras asistían muy elegantes.

A la entrada de la vivienda, los anfitriones recibían a los invitados. Junto al salón de baile, grande, muy iluminado y decorado con muchas flores, debían estar acondicionadas para la ocasión otras habitaciones de la casa: una sala de descanso, un salón para los caballeros que no bailaban y otro destinado a tocador.

Los caballeros invitaban por anticipado a bailar a las damas, si las señoras aceptaban, ambos apuntaban en sus respectivos carnés el baile comprometido. Al sonar los primeros compases, los señores se acercaban e inclinaban antes las damas, ésta se levantaba y aceptaba el brazo derecho.

El caballero, que no se quitaba los guantes en toda la noche, no pasaba jamás la mano por el talle de la señora, sino que colocaba la palma de la mano en su espalda.
Existían unas normas por las que los caballeros debían invitar a bailar a la señora de la casa, a sus hijas y a sus hermanas, a continuación, a las esposas de aquéllos a los que se les debía respeto, o algún favor, luego a las hermanas de los amigos, y finalmente, podían bailar con la señora o señorita que les apeteciese, cuidando de no bailar demasiado con la misma joven para no dar de qué hablar.

Debía prestarse atención para que ninguna señorita ¨hiciese tapicería¨, esto, es se pasase la noche sentada. Se bailaban polcas, mazurcas, galopos, redovas y otras piezas muy movidas.

Una vez cumplidas todas las etiquetas de la ¨soirée¨ llegaba el momento más divertido: el del cotillón. Se trata de una danza en la que las parejas, al son de la música, siguen las instrucciones del director del cotillón y formas figuras muy diversas.

A modo de ejemplo, pueden citarse “El pañuelo”, “Las espadas”, “El dado”, pero constantemente surgían nuevas figuras como “El vis a vis”, “Bajo los tilos “, y se terminaba con “El saludo final”. Dentro de los ocho días posteriores al gran baile había que hacer la visita de gracias.

TEJE EL CABELLO. PEINADOS FEMENINOS.

Siguiendo con nuestra exposición ahora nos centraremos en los peinados femeninos desde principios del siglo XIX, Los peinados variaran dependiendo del momento del día, y según la ocasión. El cabello recogido será una de las señales de identidad de esta época. En las décadas de 1820 y 1830, estos recogidos aumentaran de tamaño e irán escalando en altura, con gran artificiosidad y fantasía, luego se irá volviendo a la sobriedad, configurando lo que será el peinado burgués.

En el primer retrato tenemos a la Reina María Luisa de Parma, esposa del rey Carlos IV, es un retrato de Mariano Salvador Maella, donde se ve que se ha abandonado el uso de los polvos de arroz, y se utiliza una ligera peluca empolvada, huella derivada de las pelucas pouf (relleno que las daba volumen) a tirabuzones.

La Reina Isabel de Braganza, retratada por Zacarías González Velázquez con influencia francesa, cabellos de color natural con rizos y bucles, diademas, y tocados de piedras preciosas, de inspiración clásica, y con trenza en la frente.

La Reina María Cristina de Borbón, y la Infanta Carlota de Borbón, con peinados cada vez más complicados, especialmente los del baile, en 1827 aparece el peinado “jirafa”, con un armazón de alambre para sostener el cabello, tres lazadas con blonda de encaje y plumajes de aves del paraíso, pájaros que se disecaban para tocados femeninos, y también se añadían peinetas, algunas realizada en carey.

El retrato de Lucia del Riego, su cabello deja caer dos grupos espesos de bucles sobre las sienes, con el cabello dividido por medio de una raya, separando las guedejas que se denominaban tufos, y generalmente se presentaban crespadas. El peinado se remata con cocas o lazadas en la parte superior, que se formaban separando los mechones de pelo según número de estas que se quisiese conseguir. Cada uno de estos mechones se batía, es decir, se cardaba, procurando que quedara liso en la parte exterior, sin ningún acolchado.

 

En los años 30, aparece en París el peluquero Croisat, apodado el Napoleón de la Coiffure que será el primero en realizar los peinados “jirafa”.
Un peinado original de la época será “á la ferroniere”, se usaban pequeñas joyas que se sustentaban con cadenitas y que generalmente se colocaban sobre la frente de la dama, el nombre procede del cuadro de Leonardo da Vinci “La belle ferroniere”.
Diferentes modalidades, el cabello de divide en “bandós”, secciones, lisas, onduladas o en bucles, moda que imponen mujeres famosas, cantantes, actrices, o la doble raya en forma de V, que era muy usada por la Reina Isabel II, estética inglesa, normalmente considerado peinado de mañana.
En la década de los 40, se buscan peinados más sencillos, cabellos en dos bandas, o bandós, raya en medio y moños, naturales o postizos.

 

El peinado “á la Clotilde “, con dos rayas sobre la cabeza, y cintas bordadas que se ceñían por debajo de las orejas, con las guedejas de cabello que cubren completamente la oreja, también se le denominaba el peinado “á la Berthe”.

 

 

El bandó se va bufando (ahuecando), se añaden postizos, moños, para ir poco a poco en la década de los 50 y 60 volviendo a la sencillez, por ejemplo, un lazo hecho del propio pelo detrás de la cabeza, el modelo “sígueme pollo”.

Para acabar dentro de esta exposición tenemos una serie de objetos que se conectan con el tratamiento del cabello como son las tenacillas que se usan para rizar el cabello, y las primeras revistas de moda con los figurines de la época.

JOYERÍA DEL RECUERDO Y MEMORIA DE DIFUNTOS

Una costumbre muy corriente en la época fue la conservación de mechones de pelo para el recuerdo, una amada, familiar o el mechón de pelo de Mariano José de Larra acompañada de una nota. Eran habituales los trabajos que se hacían con cabellos cortados representando escenas, paisajes o ramos de flores, como collages, manualidades que eran muy apreciadas y muy laboriosas. Los cabellos se acomodaban en pequeñas cajas, joyeros, o entre las páginas de un libro. La alhaja para este fin era el guardapelo.

El cabello se usaba como hilo de bordar o para decorar pañuelos y otras piezas de lencería, también se usaban para hacer artículos de joyería como pulseras, brazaletes, sortijas, cadenas de reloj o cinturones. El cabello trabajado en cordones o malla se guarnecía con cierres de metal o materiales más ricos, o se insertaba en anillos o botones.

Por trascender los límites de la muerte, al cabello se le atribuyeron las propiedades sobrenaturales de un fetiche, de una reliquia, de un talismán, cuyo tacto colmaba el vacío existencial y hacía soportable la realidad de los acontecimientos.

La fragilidad, futilidad e irracionalidad que se consideraban innatas al género femenino, así como su función representativa del estado vital y ético del núcleo familiar, convirtió a ese sexo en el principal practicante de esta suerte de idolatría doméstica. En definitiva, se pretendió contener físicamente al finado y encerrar su esencia, un proceso de apropiación material y espiritual que conllevaba la humanización del objeto y la cosificación de la persona, en un intento por diluir la frontera entre vivos y muertos.

El Museo del Romanticismo conserva una obra firmada por Lemonnier que reproduce a escala mayor un modelo de compostura que en joyería se desarrolló a partir de 1760, consistente en ramilletes, palmas, plumas, espigas o simples bucles y trenzas, metáforas de la vida sesgada por la guadaña, embellecidos con esmaltes —de color negro o azul ultramar, y blanco si el difunto era soltero o muy joven—, hilos de oro, nácar, pequeños diamantes o diminutas perlas, símbolo de lágrimas derramadas.

Las labores en cabello exigían las más altas cotas posibles de refinamiento, minuciosidad, serenidad de espíritu y buen pulso, pues las fibras se cortaban a tamaño diminuto y se pegaban uno a uno los fragmentos sobre una superficie plana y blanca, como el marfil, dependiendo las gradaciones lumínicas de la separación entre ellos, al igual que los trazos de los grabados. Lo frágil del resultado hacía obligatoria su protección bajo cristal y enmarcado.

La primera tarea a desempeñar era la preparación del cabello. Se dividía en mechones que tenían que contener igual número de pelos, según las indicaciones del diseño seleccionado, y se cortaban poniendo cuidado en que todas las fibras tuvieran la misma longitud, que debía doblar a la final.

Atados fuertemente con cuerda, se ponían a hervir durante veinte minutos en una solución de bicarbonato de sodio y agua para eliminar impurezas. Después se escurrían y tendían, secándose alejados de fuentes de calor. Cada cabo se anudaba con cordel a un bolillo que mantenía la tensión, uniéndose todos los extremos libres en uno con goma laca.

La mesa de operaciones era una circunferencia con una cavidad por donde se deslizaba un peso suspendido por soga del manojo de mechones adheridos, para retener cada elemento en su lugar, y por la tabla se distribuían las guedejas a imitación del croquis.

Para los trabajos en hueco se utilizaban moldes, que se asían al centro. Una vez concluida la tarea, se hervían las trenzas diez minutos en agua, para luego escurrir y dejar secar al aire de nuevo y retirar las matrices en caso de haberse empleado. A continuación, el joyero aplicaba las molduras metálicas que daban forma a la pieza y las decoraciones pertinentes.

 

 

 

 

 

 

TEJE EL CABELLO, UNA HISTORIA

EL PEINADO EN EL ROMANTICISMO (SEGUNDA PARTE)

El reino de la apariencia

La sociedad de la España romántica es una sociedad preocupada por la apariencia. Una sencilla silla de pino se convierte en una aparatosa butaca sólo con ponerle tapicería, relleno y almohadillado, galones y flecos. Un elegante uniforme maquilla la realidad.

Con la indumentaria apropiada se puede ser militar, ministro, cortesano, catedrático, ingeniero, canónigo u obispo, incluso ujier o grande de España.

El aseo personal.

El aseo intimo requería tomar ciertas precauciones, pues la desnudez atentaba al pudor e incitaba a la autocontemplación, por lo que la mayoría de los moralistas recomendaban un aseo fragmentario: las manos, la cara y los dientes delanteros convenía lavarlos diariamente, los pies una o dos veces al mes.

Frente a estas teorías, los higienistas insistieron en la conveniencia de los baños; los hay de muy diversos tipos: fríos, calientes y templados, generales y parciales, que a su vez pueden ser baños hasta el ombligo, baños de asiento (el agua sólo cubre hasta la pelvis).

Se recomienda tomar un baño general a la semana durante el invierno y dos baños durante el verano. Después de tomar el baño hay que resguardarse unas horas del aire y del frío. Los hombres y las mujeres románticos estaban muy preocupados por su aspecto externo.

El aseo personal se iniciaba nada más levantarse de la cama: se pasaban por el cuerpo una franela fina o un paño seco y se lavaban la cara con una esponja. Para el cabello se utilizaba en primer lugar un peine claro o “batidor” a continuación un peine espeso, como una liendrera, y finalmente, un cepillo de cabeza.

La presencia de piojos será muy frecuente, se combatía colocando en la cabeza un gorro de papel untado con ungüento mercurial.

La boca se lavaba con agua por la mañana y después de cada comida. Los dientes se flotaban diariamente con unos polvos de carbón vegetal aplicados con el dedo o con un pequeño cepillo. El afeitado o el cuidado de la barba llevaba su tiempo.

Hasta los años 50, los maduros elegantes se afeitaban todos los días, los cuidadosos cada dos o tres días y los más rústicos una vez por semana. Utilizaban agua, jabón, esencia de jabón, brocha o pincel y navaja.

Los jóvenes, cuando la moda marcaba la barba crecida, tenían que peinarla cada día y lavarla con frecuencia. Había que lavarse las manos con agua, arenilla y jabón, y limpiar las uñas de “luto”, friccionar los muslos, las rodillas y las piernas con una franela o cepillo suave, y terminar el aseo con un pediluvio.

Para los pies malolientes se recomendaban los pediluvios con mostazo a sal, y usar calcetines de lienzo impermeable o de tafetán engomado.

Los cosméticos.

Después del aseo había que acicalarse.

Para la cara y el cabello se empleaban pomadas y aceites preparados, de almendras dulces, manteca, grasa de carnero o de gallina, tuétano de vaca o esperma de ballena, mezclados con esencia.

Para dar brillo al pelo se embadurnaban la cabeza con mucílagos, o se la lavaban con una infusión de corteza de sauce, de nogal, de piñas de ciprés, de zumaque o de habas; también utilizaban un ungüento de aceite de hojas de viburno y, a veces de nitrato de plata o una mezcla de albayalde y cal.

Como crecepelo se empleaban la manteca de oso, el tuétano de vaca y preparados especiales como la pomada de Madame Fouquet. Para ocultar la calvicie se valían de falso tupé o bisoñé, el peluquín y la peluca, y para lograr los rizos usaban unas tenacillas calientes. Las señoras se depilaban con pinzas y con pastas depilatorias, que contenían sustancias como la cal o la lejía.

Como maquillaje se hallaban muy extendido el uso del blanco de afeite y el colorete. El aseo personal se remataba el empleo de algún agua aromática: agua destilada de rosas, de fresas, de habas o de huevo fecundados de rana, agua de Colonia, agua de Ninon o agua de odaliscas.

Existían también preparados o pomadas con las que se untaban el cuerpo, por ejemplo, leche virginal, la emulsión balsámica y la pomada de cacao.

Los masajes.

Los más exquisitos y pudientes todavía dedicaban un tiempo adicional al cuidado del cuerpo, en los salones anexos a las peluquerías.

Durante los años 40, comenzaron a extenderse en algunos ambientes los masajes estimulantes, que consistían en golpear suavemente diferentes partes del cuerpo con unas varillas de bambú o metálicas, con el fin de mejorar la circulación de la sangre. Los masajes eran muy criticados.

El vestido masculino.

Los jóvenes románticos estaban atentos a los que se llevaba en París, entre ellos la moda era tema de conversación diaria. Las personas mayores llamaban “pisaverdes” o “lechuguinos” a los jóvenes cuya única preocupación era ir a la moda.

En la confección de los vestidos masculinos se utilizaban el cáñamo, el lino, la lana, el algodón y la seda, aunque con estas materias se fabricaban tejidos de calidad muy diversa. El algodón fue sustituyendo a la lana, sobre todo en las ciudades.

La ropa interior masculina, los calzoncillos de algodón o de lino, comenzaba a ser habitual en ciertos ambientes urbanos y coexistía con el uso de pantalones interiores de lana.

El pantalón sustituyó al calzón corto, el de invierno era de lana, y con las perneras estrechas, el de verano, de algodón o lienzo y con las perneras anchas. Los jóvenes llevaban pantalón ajustado. Los mayores sujetaban el pantalón con tirantes de tela.

Las camisas eran de algodón o de lino, la lana no gustaba a los jóvenes, y se llevaban ajustadas al cuerpo.

La corbata, prenda romántica por excelencia, era un complemento indispensable. Estaban de moda las corbatas, corbatines o pañuelos con varias vueltas alrededor del cuello, que se confeccionaban con muselina o tafetán para facilitar los lazos y dobles lazadas.

También se utilizaban los alzacuellos o cuellos acartonados.

Se introdujo el uso del chaleco, unas veces se llevaba abotonado hasta el cuello y otras desabrochado para lucir la corbata. La botonadura, los dijes y cadenas adornaban la pechera.

Los colores del chaleco eran alegres y vistosos entre los jóvenes y se combinaban con el resto de las prendas. Completaba el vestuario el frac, prenda introducida en la época de Napoleón y cuyo uso se generalizó durante la primera mitad del siglo, así como la levita.

El frac y la levita de los jóvenes podían ser de tonos verde pistacho, azul turquí o gris claro, mientras que los tonos oscuros imperaban en el vestuario de los mayores.

Las medias, llamadas medias enteras, llegaban a la rodilla y se sujetaban por medio de ligas. Los calcetines eran de algodón, seda, lana, lino o cáñamo, y en tonos oscuros. Se calzaban borceguíes, botines o botas. Los zapatos eran de cuero, con un tacón discreto y estaban fabricados con una piel blanda adaptable a pie.

También se dio la introducción de los chanclos y los zapatos o borceguíes de goma elástica.

Las prendas de abrigo son el “paletó” y el “sobretodo”, el “redingote” el “carric”, y la capa, aunque el más popular es el gabán.

El sombrero es indispensable en la indumentaria masculina. El sombrero de copa va evolucionando, una temporada se lleva la copa alta, y otras, adquiere formas redondeadas y alguna vez la moda ordena rebajar la altura. Otros complementos serán los guantes y el bastón.

El vestido femenino.

La moda femenina en esta época romántica adquiere varias transformaciones, los talles altos, los corpiños haciendo juego sobre los vestidos ceñidos de punto o de seda, y las mantillas de fines de los años 20 ceden el puesto a las cotillas y miriñaques, corsés y fajas que muestran un talle elegante cubierto de muchos metros de tela y abundantes cintas, encajes y lazos.

Debajo de las formas acampanadas se ocultan las enaguas, el ceñidor del pecho, la camisa y las medias lisas, caladas o bordadas, en algodón o seda.

Las mujeres calzaban botines. Cuando salían de compras o de paseo se cubrían la cabeza con capotas y sombreros con lazos, cintas y plumas. Se abrigaban con capas, albornoces, manteletas y el maguito. Los vaivenes de la moda harán que caiga en desuso el miriñaque.

Los sombreros de mantendrán, así como la mantilla y los velos de encaje, tul y blonda. Los zapatos, los guantes, el chal y el abanico cobran importancia.

Las muchachas llevaban las joyas adecuadas a su estado y situación: aderezos de coral o mosaico, de acero o turquesa, alguna sortija de diamantes, dijes de oro y nácar. Las señoras mayores hacían ostentación de los brillantes y de las perlas montadas en collares, pendientes o sortijas.

Las joyas de gran aparato se reservan para las grandes ocasiones, se llevaban alfileres y algún medallón o camafeo.

Cada momento requiere un vestido adecuado, el vestido de viajes compuesto de levitín y casquete en los caballeros, y chal y sombrerito en las señoras, también está el de “estar por casa”, en zapatillas de terciopelo y un bonete.

El vestido de ceremonia o de etiqueta, donde el frac y el pantalón, de color negro y elegante corte se combinan con camisa, corbata de doble lazada, chaleco, guantes blancos y zapatos de charol.

El joven romántico se vestía con un pantalón ajustado, levita cerrada hasta el cuello y pañuelo negro anudado a la garganta, cabello largo y despeinado, patillas, bigote y barba. El abogado maduro y el medico vestían como correspondía a su profesión. Lo mismo que el sacerdote con sotana negra, el manteo y el sombrero de paja.

Vestir a la moda salía muy caro, por lo que existían las ropavejerías, que eran tiendas donde se vendía y se compraba ropa usada. La necesidad obligaba a vender el chalán, abrigos, vestido, sombreros o ropa blanca. Los montes de piedad, o casas de empeño, se visitaban con frecuencia. Estos establecimientos prestaban dinero y aceptaban en prenda joyas o ropa usada. La criada de confianza era la encargada de ir al “monte”. El problema era transformar de nuevo la “papeleta”, rescatar la joya antes de que transcurriera el tiempo de empeño.

 

TEJE EL CABELLO. SALA PEINADO MASCULINO

El primer retrato que nos encontramos en la sala es el del Rey Carlos IV con peluca, moda que se instituyó a partir de la entrada de los Borbones a España a principios del siglo XVIII.

Las pelucas se hacían con pelo de caballo y de cabra, el pelo natural se usará más adelante para postizos. A lo largo del siglo XVIII el tamaño de las pelucas comenzó a reducir de longitud y volumen. En época de Carlos IV se usaba la media peluca o también llamada “media pluma”.

Las pelucas se trabajaban en martillos, rizos en forma de tubos horizontales, y se denominaban de 1 martillo, de 2 martillos, de 3 martillos… Se podía ver toda la peluca rizada hecha con lana de oveja que se denominaba “tête de mouton” (cabeza de oveja), con bucles cortos y mechones sobre la nuca. Se polvoreaban con polvos de arroz para dejarlas completamente blancas, poco a poco fue decayendo su uso y empezaron a descubrir tonalidades. El blanco y gris antes era símbolo de elegancia, ahora es testimonio del paso del tiempo.

En 1893 se dejó de usar el polvo de arroz, pues se usaba para comer el arroz, aunque algunos lo siguieron usando para disimular la canicie.

 

 

En varios retratos de la sala, como el del Infante Sebastián Gabriel o de Francisco de Aranda vemos la influencia militar de los años 30, con bigotes y barba, con volumen en el cabello, que es símbolo de la libertad romántica, ya que el peinado muy pegado se relacionó con pensamientos más clásicos y antiguos.

En el retrato de un caballero, vemos el bigote, patillas y barba , el rizado del cabello , con el mismo proceso que las mujeres con tenacillas calientes, para ello se usaban los papillotes, pequeños trozos de papel en los que se envolvía el cabello que se repasaba con las tenacillas de hierro previamente calentadas para dar la forma deseada . A veces era necesario seguir con los papeles colocados en la cabeza que se cubrían con un pañuelo para intensificar el efecto el rizado.

 

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El cabello se separaba en mechones o guedejas, las guedejas laterales sobre las orejas, se rizaban contrastando con el liso del cabello.

El peinado “a la romana” con todas las puntas rizadas y raya lateral, peinado muy usado por el rey consorte Don Francisco de Asís.

En los años 50, el bigote gana en tamaño, luego se va despuntando y se separa “bigote imperial” influencia de Napoleón III, hasta llegar a la barba perilla. También se fueron alargando las patillas por debajo de la barbilla, lo que se denominaba “sotabarba”.

En España se combinada con la “mosca”, pequeño haz de pelo que se formaba bajo la comisura de la boca, o con bigote.

 

En el retrato de Mariano Telléz Girón, XII Duque de Osuna vemos otro elemento del complemento masculino el tupé piramidal elevado, y “a la romana” con raya lateral.

Según Mesonero Romanos, bajo el seudónimo de El Curioso Parlante, escribió mucho sobre las modas de su tiempo, en “El Romanticismo y los Románticos” y dibujó de forma jocosa el imaginario de la moda de esta época y la pretendida imagen bohemia pero muy estudiada de los caballeros y las damas.

 

 

 

TEJE EL CABELLO, UNA HISTORIA

Exposición temporal en el Museo Nacional del Romanticismo Marzo 2020

EL PEINADO EN EL ROMANTICISMO (PRIMERA PARTE)

El cabello, aunque distintivo de cada persona, ha tenido a lo largo de la historia una importante carga sociocultural. Como sucede hoy en día, en el Romanticismo el peinado fue fundamental para la construcción de la imagen personal, y junto con las joyas o los ricos vestidos, una forma de distinción y representación social.

La ostentación de algunos diseños del siglo XVIII y principios del XIX, harían necesarios los servicios de un experto peluquero. Por ello, el arreglo del cabello aristocrático poco tuvo que ver con el que mostraban las clases más populares. Con todo, este dejó cierta impronta en las modas de las damas elegantes, que incorporaron a su tocador peinetas y mantillas de blondas.

A medida que avanzó el siglo las formas se irían suavizando, coincidiendo con el ascenso y asentamiento de la burguesía, dando paso a peinados más sencillos, especialmente en el mundo femenino. España, que en otras épocas había sido creadora de tendencias, recibiría en el siglo XIX la influencia de los dos grandes centros de la moda europea, París y Londres.

El afrancesamiento en las costumbres tendría también su reflejo en la moda, en la que el peinado sería una parte esencial. Indumentaria y arreglo del cabello irían de la mano hasta el punto de que determinadas vestimentas se asociarían a un tipo u otro de peinado. Por su parte, las tendencias inglesas se introdujeron a través del país vecino, por lo que llegaron tamizadas por la visión gala de las mismas.

Un poco de historia ( PRIMERA PARTE)

El término Romanticismo es un término cómodo al que recurrimos con frecuencia. Hablamos de música, literatura, pintura y esculturas románticas. Hablamos también de sentimientos románticos, pero con estas expresiones denominamos realidades muy diversas.

El Romanticismo es un movimiento cultural que se extiende por Europa desde finales del siglo XVIII hasta la primera mitad del siglo XIX. En esos años, el mundo está cambiando y las manifestaciones culturales van a la par que los cambios. El Romanticismo es el gusto por la libertad: Libertad para expresar los sentimientos a través de cualquiera de los medios artísticos, libertad para expresar el anhelo revolucionario burgués, también es la expresión cultural dela burguesía.

El periodo romántico en España está acotado por dos fechas: 1808 y 1874. La primera nos recuerda el momento que, con ocasión de la Guerra de la Independencia, comienza a desmoronarse el Antiguo Régimen; en las Cortes de Cádiz se dibuja la nueva sociedad que tiene en la Constitución española de 1812, la expresión genuina del liberalismo. La segunda, señala el final de una época.

Entre estas dos fechas se produce un cambio político profundo: el Antiguo Régimen ha sido derrotado y se ha afirmado un régimen político liberal; existe libertad de expresión, de reunión, de asociación y de imprenta. La vida política está regulada por una Constitución, hay partidos políticos y sufragio censitario masculino.

Durante este periodo se transforma la economía, se crea la Bolsa de Comercio, se desamortizan las propiedades de la Iglesia, se suprimen los señoríos y los gremios, se crean industrias, se urbanizan las ciudades. Sin embargo, el periodo romántico comienza revolucionario y termina conservador.

Abajo la muralla

A lo largo del siglo XIX la ciudad medieval se transforma, deja paso a la ciudad moderna, que el centro comercial, administrador y de servicios.

• Las comunicaciones y los transportes

Las ciudades y los núcleos de población se comunican a través de los caminos de herradura o de rueda. Las rutas más cómodas eran los “caminos reales”, que seguían el trazado de las antiguas calzadas romanas. El transporte de mercancías se realizaba en galeras, carretas y carros, o a lomos de mulas. Las personas viajaban en diligencia, vehículo que sustituyó a la galera por comodidad, rapidez y capacidad.

Los caminos de rueda facilitaron la creación de compañías de diligencias generales, que aseguraban la comunicación de Madrid, con Barcelona, Sevilla , Valencia, Cádiz, Bayona , etc. La posta era el medio más rápido de viajar, consistía en tener caballerías apostadas en los caminos, cada dos o tres leguas, dispuestas para sustituir los tiros y facilitar la continuación del viaje.

El coche de posta debía recorrer cada legua en un mínimo de tres cuartos de hora. La posta era también un negocio: para “correr la posta” había que solicitar permiso especial y pagar una concesión, pagar por cada una de las personas que iban en el coche, pagar los portazgos y los barcajes, pagar por cada caballo y legua recorrida, pagar al postillón. Viajar resultaba muy caro.

• Mesones

El mesón era el lugar donde llegaban las diligencias con los viajeros y las mercancías. Los mesones servían de punto de enlace con otras diligencias y daban comida y albergue a los viajeros.

En Madrid había muchos entre los que sobresalían el mesón del Peine, el del Soldado, el de la Acemileria, el de los Negros, lugares a los que acudían los ordinarios, caleseros, arrieros y carruajeros. • Los coches Además de las diligencias había una gran variedad de coches y carruajes circulando por la ciudad: cubiertos y descubiertos, pesados y ligeros, para dos y para más personas.

Junto a la carretela, el faetón, la góndola, ña jardinera, o la tartana abundaban modelos de origen francés como la calesa, el cupé, el bombé, el landó, o el charrete, coches ingleses como el break, el birlocho, o el tílburi, sin olvidar los modelos alemanes como la popular berlina. Las tartanas, las galeras, las dirigencias y en general, los carruajes de transportes o de labor, tenían la caja unida a la estructura del vehículo; los coches y carruajes particulares de lujo sujetaban la caja al chasis por medio de muelles, correones o ballestas, pero a pesar de todo, el vaivén provocaba en los viajeros continuos mareos.

En las ciudades importantes, existían los coches de alquiler, por horas o por días. Se les llamaba coches de plaza o de punto, y luego se generalizó coches simón, porque al parecer un tal Simón González fue quien obtuvo la primera autorización para alquilar coches.

• El ferrocarril.

El ferrocarril transformó el mundo de las comunicaciones, acorta las distancias y transforma los tiempos, acerca las ciudades y facilita el transporte de viajeros y mercancías, es progreso. La primera línea férrea, de Barcelona a Mataró, se inauguró en 1848, y tres años después, en febrero de 1851, la de Madrid a Aranjuez. La construcción del tendido ferroviario es un gran negocio.

Las dos compañías principales: Caminos de Hierro del Norte de España, controlada por capital francés de los hermanos Pereire y la Compañía de Los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante, conocida como M.Z.A. controlada por la Casa Rothschild y por el empresario José de Salamanca, que incorporó a la empresa a lo “mejor de Madrid”, e incluso a algunos miembros de la familia real.

Estas líneas comunicaron la meseta con los mares Cantábrico y Mediterráneo, con grandes repercusiones económicas. También la posibilidad del veraneo en la costa. La corte pone de moda Santander, San Sebastián y Biarritz. Pasar a Francia se convierte en un rango de distinción.

• Las calles de la ciudad.

En esta época hay una mayor preocupación por las ciudades. Las principales capitales publican sus Reglamentos de Policía Urbana, donde se recogen los cuidados que deben tener los vecinos por el tema de la construcción y mantenimiento de las viviendas, los trabajos molestos o ruidosos, el uso de las fuentes públicas, el lavadero, la traída del agua a las viviendas y más aspectos. Se regula que en las casas sólo pueden tenerse un cerdo y los conejos y las gallinas necesarias para el uso doméstico. Se crean las brigadas de limpieza pública, que cargan con la basura y la llevan a los estercoleros municipales.

Muy pronto se introducirá la máquina barrendera. Las ciudades españolas siguen el ejemplo de Madrid, y sustituyen la numeración de las casas por manzanas, introducida en 1750, por la de números pares o impares, a derecha e izquierda de la calle. Se construyen aceras y albañales, se canaliza el agua de la lluvia, se construyen lavaderos y fuentes públicas, se planifican las alcantarillas, y se pavimentan las calles con losas, piedra o incluso madera.

El temor al fuego da origen a las compañías aseguradoras y a la creación del servicio de bomberos.

• Iluminación nocturna.

La ciudad romántica es una ciudad poco segura, los robos eran frecuentes y los ladrones se protegían con la oscuridad de la noche, se recomendaba pintar de blanco o de un color claro las jambas y los portales de las viviendas para que no se ocultasen en ellas.

Se crea el cuerpo de Serenos, que con el farol y el chuzo ayudaban a los vecinos y atemorizaban a los ladrones. La medida más importante fue la del alumbrado, hasta entonces sólo algunas calles importantes estaban iluminadas por un único farol de aceite, pero luego se reclamó un reverbero de aceite cada 20 ó 25 metros.

El alumbrado de gas funcionaba en Londres desde 1810 y en Paris, desde 1829. Los primeros ensayos se hicieron en Madrid en 1830, después Barcelona, Valencia, y Madrid adopta definitivamente este alumbrado en 1847.

• La ciudad, centro comercial

En las calles principales aparecen los comercios y tiendas que marcan la moda francesa, las tiendas a pie de calle, se abrieron a los transeúntes por medio de una discreta cristalera disimulada con visillos que permitían ver y ser visto. Las paredes del interior estaban cubiertas de espejos o estantes que mostraban el género.

Una lámpara de bujías, más tarde, mechero de gas, iluminaba la estancia y permitía a las señoras, sentadas en las sillas, colocadas delante del mostrador elegir las mercancías.

Las confiterías, sombrererías, sastrerías, librerías y zapaterías, las tiendas de telas, y de cintas, de encajas y plumas, convivían con las botigas de siempre: albarderías, abacerías y guarnicionerías. Acicalados mancebos despachaban en las modernas tiendas de las madrileñas calles de Atocha, del Carmen, y de la Montera, y atendían con cuidadas formas a las interesadas compradoras. La profesión de dependiente aún no se había convertido en un puesto de trabajo femenino.

• La ciudad, centro administrativo.

El crecimiento urbano obligó a traspasar y a derruir la muralla. Las casas nuevas se hacen en las calles recientemente urbanizadas y comparten espacio con los nuevos edificios administrativos, los bancos, la Bolsa de Comercio, la Estación de Ferrocarril, los edificios emblemáticos de la vida política como el Congreso de los Diputados, el Senado, y otros de instituciones del Estado.

Estos edificios se construyen con mármoles, maderas nobles y abundantes estucos, también se emplean los materiales modernos como el hierro y el cristal.

• La ciudad, centro de servicios.

La ciudad presta servicios a los ciudadanos no sólo de tipo económico, administrativo y político, sino también en el aspecto social, creándose establecimientos para los menos favorecidos, es el caso de las instituciones de caridad, dependientes de las fundaciones religiosas.

Los ayuntamientos y diputaciones provinciales crean las instituciones de beneficencia encargadas de atender a los enfermos, a los mendigos, a los locos, o a los niños abandonados. Estas instituciones, aunque regentadas y administradas por clérigos o por monjas, no son instituciones religiosas pues están sostenidas por los presupuestos municipales o provinciales.

Son los hospitales y los hospicios, los manicomios, y las cárceles, los lazaretos y los albergues. También las escuelas de primeras letras comienzan a funcionar con bastante éxito.

El periódico es un instrumento fundamental, pone en comunicación a los ciudadanos con el exterior, pone en contacto a la propia ciudad, noticias de los acontecido desde la publicación del último número, es referente cultural, órgano de información económica, precio de los productos agrarios, oferta de géneros o de puestos de trabajo por medio de los anuncios, o la evolución de la Bolsa nacional y de la de París o Londres.

El periódico es primera instancia de información política, comentarios de las sesiones parlamentarias, discursos, también es pregonero, informa de enfermedades, matrimonios, defunciones, vacaciones de los adinerados, e incluso indulgencias concedidas en los sufragios por el fallecimiento de un ciudadano ilustre.

Moda entre 1800-1850.

Es significativo el hecho de la incorporación de ciertas influencias que se generalizarán por ejemplo en la moda femenina, la expedición de Napoleón a Egipto, trajo consigo el uso del turbante, elemento de distinción entre las mujeres para ciertos actos sociales, es la influencia del orientalismo que será tan popular tanto en el siglo XIX como a principios del siglo XX.

Tras la Guerra de la Independencia en España, los franceses conocerán la moda “a la española” y su interés por lo español. En los cuadros de Goya, por ejemplo, podemos ver esas dos influencias que en estos momentos se solapan, la influencia francesa de los “petit- maître” y lo español, nos fijamos en el cartón “La gallina ciega”.

A finales del siglo XVII, en la moda masculina vemos la influencia inglesa, que también los hombres franceses adaptaron como fue el traje inglés como norma.

Además del surgimiento del “dandismo”, gracias al británico George Brummell, (1778 – 1840), época de Jorge IV de Inglaterra. A Brummell se le atribuye la creación del traje moderno de caballero vestido con corbata o algún tipo de pañuelo anudado al cuello; también el haberlo puesto de moda.

Abogó por la higiene personal sin falta todos los días. La chaqueta no llevaba ningún bordado y estaba hecho con tela corriente, estrechos delanteros, los faldones cortos y estrechos, derivaba de la chaqueta de caza, y la preferencia era de usar los colores primarios. La chaqueta de Brummell era siempre de color azul oscuro, y también el chaleco y pantalones de distinto color. Del stock, cuello rígido ya confeccionado y tieso que se ataba por detrás del cuello, lo que daba un cierto aire de impasibilidad pues el caballero no podía mover mucho la cabeza, se dio la idea de la arrogancia del dandi.

El sombrero se usaba de copa a cualquier hora, pero el adecuado para la tarde era el bicorne, tenía forma de luna y con las dos alas plegadas una contra otra, era fácil de llevar bajo el brazo. En esta época, los caballeros llevaban el pelo corto, pero algo despeinado, á la Titus.

La mayoría se afeitaba la cara, pero los militares llevaban patillas y bigote.

 

 

Las mujeres llevaban en este periodo la cintura a su altura, y corsé, se inflan las mangas a “la pata de cordero” o cómo podemos decir en España, mangas de jamón. En la década de los 20, se puso muy de moda leer las novelas de Walter Scott, que dan una idea de la mujer del Romanticismo y todos los convencionalismos sociales que las dirigía sus vidas.

En este momento se pone en boga hacerse vestidos de tela escocesa, mangas “pierna de cordero”, a partir de 1830, la falda se acortó, pero se siguen llevando mangas enormes.

Las cofias de diario, los turbantes más amplios se confeccionaban con las mismas telas que los vestidos para ir en conjunto, los sombreros son de alas anchísimas, de paja, de seda, o satén, con flores, cintas de colores o plumas, que a partir de 1827 se ponen de moda para ir al teatro.

Los peinados se hacen más complicados, rizos sobre la frente y un moño en la parte de detrás, añadían pelo artificial con el “nudo Apolo”, que se sujetaba encima de la cabeza, y se adornaba con flores, plumas y peinetas, éstas a veces, realizadas con carey.

 

 

Se usaba la “aguja suiza”, aguja para sujetar el sombrero con una cabeza metálica desmontable para poder atravesar el tejido del sombrero y que quedará fijo en la cabeza. Y como accesorio imprescindible de la mujer, el abanico, sobre todo en la toilette de noche, a veces se complementa con un ramo de flores, el quitasol, pero rara vez se abría porque los sombreros eran enormes y !!!no había más espacio ¡¡¡.

En 1837, las mangas bajan de volumen, se vuelven a alargar las faldas, el corsé se ajustaba mucho. El cambio más llamativo será el sombrero atado por debajo de la barbilla, lo que dará lugar a la “cofia ratonil”. En esta época el traje varonil es más sobrio, por lo general frac negro.

En los años 40 la mujer se tapa más. En esta época hay una pasión por la equitación, y se hacen chaquetas más ajustadas, el redingote. Se usa la crinoline, pequeño polisón hecho con crín de caballo, en los años 50, la crinolina ser hará con aros atados con cintas. Las telas de este momento son el velarte, el merino, el fular, el organdí, los gringes y la tarlatana, y para la noche, seda tornasolada y terciopelo.

 

PRÓXIMAMENTE SEGUNDA PARTE

ESTAS EXPLICACIONES NO IMPLICAN QUE SE DÉ POR HECHA ESTA VISITA DEL PRIMER TRIMESTRE 2020, LA EXPOSICIÓN TENÍA UN TIEMPO Y AL NO SABER SI TENDREMOS OPCIÓN DE VERLA , QUEDA EMPLAZADA OTRA VISITA A UNA EXPOSICIÓN POR EL PRIMER TRIMESTRE QUE SE HARÁ MÁS ADELANTE.

 

 

AVANCE VISITAS EXPOSICIONES TEMPORALES Y VISITAS A PIE SEGUNDO TRIMESTRE 2020

Iniciamos el segundo trimestre del 2020 con una serie de propuestas de exposiciones en diferentes sedes de Madrid, así como añadiremos visitas a pie por Madrid. Al ser tres visitas de exposiciones haremos lo mismo que en el primer trimestre, será cada visita 10 €, pero si vais a las 3 visitas, serán 27 €.

Las visitas a pie son 7 € por persona.

  • ABRIL 2020:  29 DE ABRIL Y 30 DE ABRIL
  • LUGAR: FUNDACIÓN MAPFRE RECOLETOS
  • MIÉRCOLES 29 DE ABRIL A LAS 13:15 (14 PERSONAS)
  • JUEVES 30 DE ABRIL A LAS 15:15 (14 PERSONAS) Y 18:00 (14 PERSONAS)
  • PRECIO POR PERSONA: 10 € MÁS 2 € DE ENTRADA

 

 EXPOSICIÓN RODIN – GIACOMETTI.  Auguste Rodin (París, 1840-Meudon, 1917) y Alberto Giacometti (Borgonovo, Suiza, 1901-Coira, Suiza,1966) nunca se conocieron. De hecho, cuando Giacometti llegó a París, en 1922, Rodin ya llevaba cinco años muerto. Sin embargo, a través de sus trayectorias artísticas podemos ser testigos de un interesante diálogo entre ambos con muchos puntos en común y también con algunas diferencias, algo inevitable en dos artistas tan libres a los que separa más de una generación.

 

 

 

  • MAYO 2020: 13 DE MAYO Y 14 DE MAYO
  • LUGAR: MUSEO THYSSEN –BORNEMISZA- VESTÍBULO DEL MUSEO
  • MIÉRCOLES 13 DE MAYO A LAS 14:00 Y JUEVES 14 DE MAYO A LAS 16:30 (PLAZAS LIMITADAS)
  • PRECIO POR PERSONA: 10 € MÁS 9 € DE ENTRADA. Las entradas se deben de pagar antes de la visita como mínimo una semana antes, por lo que se pide por favor, quién esté interesado ingrese el importe de la entrada antes en la siguiente C/C ES16 2038 1175 6130 0202 9441 a nombre de María Luisa Rubio, especificar el nombre para confirmar en la lista de asistentes. Pagar sólo las entradas.
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EXPOSICIÓN REMBRANDT Y EL RETRATO EN AMSTERDAM 1590-1670.

El museo presenta, por primera vez en España, una exposición dedicada a la faceta de Rembrandt como retratista, un género en el que el pintor más importante del siglo XVII holandés alcanzó también el máximo nivel. Junto a treinta y nueve retratos, se presentarán destacados ejemplos de otros artistas activos como él en Ámsterdam durante el «siglo de oro» holandés, sumando un total de 80 pinturas, 16 grabados y una plancha de grabado, algunos nunca antes vistos.

Cuando Rembrandt llegó a Ámsterdam a principios de la década de 1630, había ya en la ciudad retratistas como Thomas de Keyser o Frans Hals -residente en la cercana localidad de Haarlem pero con clientes en la capital-, que respondían a una alta demanda del mercado. Tras él, siguieron llegando otros, como Bartholomeus van der Helst, atraídos por las posibilidades de negocio.

 

 

 

  • JUNIO 2020: 10 DE JUNIO Y 11 DE JUNIO
  • LUGAR: MUSEO CASA DE LA MONEDA, C/DOCTOR ESQUERDO, 36, EN EL VESTIBULO.
  • MIÉRCOLES 10 DE JUNIO A LAS 11:00 Y JUEVES 11 DE JUNIO A LAS 18:00
  • ENTRADA GRATUITA

EXPOSICIÓN ROBERT MICHEL, ESCULTOR DEL REY

Roberto Michel fue un escultor francés que se afincó y trabajó en la España de los Borbones del siglo XVIII. Michel participó en la decoración escultórica del Palacio Real de Madrid, formando parte del grupo de artistas, dirigidos Por Domingo Olivieri y Felipe de Castro, a los que les fue encomendada esta tarea. Para el Palacio, realizó varias esculturas de reyes. Fue asimismo el autor de otros elementos decorativos en Palacio, así como la escultura de Carlos III en el vestíbulo del mismo.

También participó en la Fuente de Cibeles, la Puerta de Alcalá, Iglesia de San José, la Basílica de San Miguel, iglesia de San Marcos y las fuentes del Paseo del Prado.

 

 

 

VISITAS A PIE POR MADRID

Las visitas serán los martes por la tarde a las 17:00.  La tarifa son 7 euros por persona.

  • MARTES 21 DE ABRIL. MADRID GALDOSIANO. Punto de encuentro: 17:00 en la Plaza Mayor, frente a la fachada principal de la Casa de la Carnecería. (Metro Sol)
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  • MARTES 19 DE MAYO.  MUJERES EN LA HISTORIA DE MADRID. Punto de encuentro: 17:00 en la Plaza de las Cortes, escultura de Miguel de Cervantes. (Metro Sol/ Banco de España)
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  • MARTES 2 DE JUNIO. USOS Y COSTUMBRES DEL MADRID MÁS PÍCARO. Punto de encuentro: 10:00 en la Plaza Mayor, frente a la fachada principal de la Casa de la Carnecería. (Metro Sol)

Maria Luisa Rubio

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